La especie humana cuenta con cinco sentidos y son ellos los que proporcionan la observación que luego procesa nuestro cerebro. Desde mi punto de vista, ambos sistemas , el sensorial y el cerebral, son producto de una evolución adaptativa al entorno que habitamos, que ha permitido un relativo éxito en nuestro progreso dentro del planeta que nos acoge. Sin embargo, una cosa es sobrevivir y otra muy distinta, entender que ocurre a nuestro alrededor y resulta pretencioso pensar que sólo aquello que vemos, olemos, degustamos, oímos o tocamos es real.
La idea de la ampliación de la gama sensorial con que contamos, está en la base de la figura del super héroe de cómic, pero todos somos excepcionales si utilizamos nuestra imaginación, producto de una propiedad aperturista de nuestro cerebro que conocemos como abstracción. Si abordamos el proceso de análisis de la fenomenología universal con el conocimiento matemático atesorado y una humildad fundamentada en el reconocimiento de las limitaciones que a nuestro cerebro le imponen las necesidades de supervivencia como especie, estaremos en disposición de empezar a vislumbrar la realidad en todo su esplendor. La física, tal y como la conocemos, lleva siglos utilizando esta técnica y ha conseguido importantes hitos en la comprensión del mundo. Pero lamentablemente sólo puede oficializar descubrimientos provistos de un marco matemático exhaustivo y una posterior verificación experimental. Esto presenta un doble problema, que se manifiesta, por un lado, en la limitación matemática del acervo científico y por otro en la presión que ejerce la fe ciega en nuestra percepción sobre la rama empírica.
Vamos a intentar mostrar qué se oculta a nuestros sentidos de serie como si dispusiéramos de uno extra que, simplemente y sin ningún fin salvo el del conocimiento, nos aportará una idea de la realidad desde nuestro interior mismo hasta los confines de este universo. La imagen sensorial que se proyecta en nuestro cerebro, nos proporciona la inequívoca sensación de habitar un marco espacio temporal, es decir, ocupamos un lugar en el espacio y en el tiempo, lo cual implica, que en esta unidad universal hay dos variables matemáticas que dan cobertura a esos conceptos. Esas variables encierran una información numérica estructurada y la función que desempeñan, está orientada a la ubicación del resto de los objetos, siendo las matemáticas las que nos enseñan la forma en que realizan su cometido definiendo un marco referencial de los infinitos posibles para un observador utilizando objetos precisos para la fijación conceptual. La forma de determinar un sistema de referencia consiste en establecer lo que se conoce como base del mismo, que está constituida por unos elementos que se denominan tensores de rango 0,1 también conocidos como vectores contra variantes o simplemente vectores, que serán tantos como indique el cardinal dimensional. Una vez construido el caballete podemos pasar a fijar las posiciones de los puntos que constituirán el lienzo.
Para la ubicación de los mismos se utilizan otros tensores 0,1, que se pueden relacionar con los de la base mediante el conocimiento de la proporción que de cada uno de estos últimos participan los primeros. Hay que decir que no parece que exista ningún ente constitutivo de la realidad que ocupe un único punto, si nos atenemos a lo que acerca de las distancias cortas aduce la física cuántica en su Principio de Indeterminación de Heisenberg. En cualquier caso, un observador ligado a la estructura referencial, detecta con su sentido adicional la estructura matemática que constituye inequívocamente el entorno que le rodea. El siguiente paso lógico descansa en la necesidad intuitiva de relacionarlas diferentes ubicaciones, surgiendo otro concepto que denominamos distancia.
Este elemento es un simple número que en matemáticas se engloba en la clase de tensores 0,0 o escalares. Se impone ahora estudiar la forma en que asociar al tensor contra variante que relaciona dos puntos un tensor de rango 0,0 que represente la distancia entre ellos. Ante este reto, emerge la figura del tensor de rango 1,0 o vector covariante, que aplicado sobre su homólogo contra variante proporciona el escalar buscado. No obstante la gran variedad de vectores contra variantes y covariantes definidos exige un procedimiento, que en aras de definir el tamaño de uno de los primeros, permita estructurar la homología y relacionar objetos de ambos tipos. Para este fin contamos con tensores de rango 2,0 denominados métricas que establecen la asignación entre un vector contra variante y su imagen covariante garantizando la consecución del tamaño o distancia por aplicación del segundo sobre el primero. Hemos precisado el caldo matemático que fija la idea de entorno desde un punto de vista universal, con un carácter puramente numérico y sin intromisiones subjetivas. Tenemos la colaboración de los tensores como elementos logísticos y de uno de ellos, la métrica, adquiriendo el papel principal en la caracterización geométrica del espacio con mayúsculas, dado que la relación que preconiza dependerá del tipo de geometría que presente el espacio que define.
Pero, ¿a que se debe la complejidad objetual requerida?, ¿por qué tenemos que trascender el concepto de vector como elemento básico en la caracterización de los sistemas de puntos?. La respuesta radica precisamente en la pluralidad existente en la elección del marco referencial y en la necesidad de independencia objetiva de la fenomenología respecto al observador en cuestión. Sólo un marco tensorial garantiza esa independencia y dota al conjunto de leyes que describen la naturaleza de una invarianza lógica. Con estos mimbres, trabajaremos ahora sobre el panorama que se nos muestra. No se trata de representarlo o de definir una imagen operativa del mismo, se trata de desentrañar su esencia más pura. Si nuestro sexto sentido aún semi atrofiado, permitiese determinar la realidad se encontraría ante una figura puramente numérica en la que fijado un punto en el espacio tiempo observaría los dígitos que constituyen el tensor de rango 0,1 que lo determina de forma inequívoca en el sistema ligado al observador.
Si tratamos de fijar la relación entre dos puntos de nuestra zona de influencia a través de la distancia existente entre ellos, y aplicando al sensor una técnica de slow motion veríamos al algoritmo de definición de distancia en pleno funcionamiento,instando a la métrica de ese estadio operativo a seleccionar el tensor covariante adecuado, para posteriormente aplicarlo sobre el contravariante definido entre los puntos elegidos, produciendo un número como resultado de la operación. Por otra parte y como característica inherente a nuestra especie y al cerebro que la condiciona, veríamos que vivimos en un fluir monótono sobre la dimensión temporal en un sentido único coherente con la ávida necesidad del citado órgano de consumir información. Todo ello bajo las reglas algorítmicas que rigen la física completa de esta parte de la realidad que abarca la totalidad de nuestro universo local.
La ciencia oficial, exenta de soluciones exóticas orientadas a solventar colapsos entre las diferentes teorías, dice que las dimensiones del sistema de referencia son cuatro, tres espaciales y una temporal, que la métrica a nivel local es minkowskiana e invariante y que a nivel global la geometría espacio temporal se ve alterada por las acumulaciones másicas y por un extraño efecto expansivo que tiene su explicación en un conceptos no menos extraños denominados energía y materia oscuras. También dota a las concreciones físicas de un papel de realidad única relegando a la maquinaria matemática a un rol secundario de idioma interpretador de las primeras. Se mira el ombligo y oficializa la existencia de un universo único con un principio y un, muy probable, fin, nacido de una, cada vez más cuestionada, Gran Explosión y que avanza en el tiempo de manera inexorable.
Pero si nos libramos de las ataduras de nuestro limitado cerebro y de nuestro no menos atrofiado sistema sensorial abriremos ante nuestra percepción abstracta el libro que nos cuenta como es la realidad. Un paisaje matemático lleno de objetos que bailan al ritmo que impone una algorítmica compleja, desprovista de una secuencialidad temporal en el que nuestro entorno sólo es un micro elemento en una vasta red infinita de ellos. Con infinitas clases de infinitos mundos individuales idénticos*, con un paisaje local en que lo real es matemático y las concreciones físicas son producto de la evolución y complejización de objetos numéricos, en que los ladrillos que creemos constituyen el todo son combinaciones de números que les dotan de las propiedades que nuestro conocimiento percibe. Una realidad, en fin, sin nacimiento ni muerte, cíclica, con un entorno local concreto, con su bagaje estructural propio, en que nuestro yo percibe el espacio tiempo como marco habitable con un dinamismo individual regido por un campo tensorial expansivo actuante sobre la métrica y sometido a un equilibrio vivo por parte de la energía en su versión másica producto de su evolución concrecional.
*Vease en esta misma página web: “Teoría de la repetición y la localidad algorítmica”,“Agujeros negros. Algoritmos de reinicialización”
Mikel Zabalbeitia, Octubre 2019